Conociendo a Moritz Hochschild

 

 

La mañana del 27 enero de 1945, mientras las Fuerzas Aliadas avanzaban sobre el territorio europeo, en el epílogo de la Segunda Guerra Mundial, tropas soviéticas al mando del oficial Anatoly Shapiro liberaron Auschwitz, el campo de exterminio más grande del régimen nazi.

En honor a este significativo evento, la Organización de Naciones Unidas (ONU) instauró al 27 de enero como el Día Internacional de Conmemoración en Memoria de las Víctimas del Holocausto.

Y aunque no se conoce con exactitud el número de vidas perdidas a raíz de este genocidio, se estima que al menos seis millones (si no más) correspondieron a judíos, el grupo más aborrecido por los seguidores de Hitler.

Huyendo de la captura, el encierro y las numerosas torturas que implicaban, miles de judíos europeos dejaron sus hogares y emigraron a nuestro continente, en pos de un mejor futuro.

De acuerdo a archivos virtuales del United States Holocaust Memorial Museum (Museo Conmemorativo del Holocausto, USHMM), los gobiernos latinoamericanos permitieron la entrada oficial de 84 mil refugiados judíos, entre 1933 y 1945 (la segunda etapa de inmigración se cree que durante la primera ingresaron más).

En el caso de Bolivia, las cifras varían. Si bien el USHMM indica que nuestro país acogió a más de 20 mil refugiados judíos, entre 1938 y 1941, la información brindada por el investigador León Bieber al diario Página Siete, es más modesta, señalando casi siete mil.

Pero si hay algo en lo que ambas fuentes están de acuerdo es en el decisivo rol del magnate minero Mauricio Hochschild en la llegada de miles de refugiados judíos a nuestro territorio, mismo que aparece demostrado en una serie de documentos, que la Corporación Minera de Bolivia (Comibol) presentó a la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco).

Ya aceptados en la preselección, los archivos continúan en carrera, para formar parte de la Memoria del Mundo de esta organización y para dar por sentada la contribución de este “gran barón”.

Un empresario de cepa

De acuerdo a una nota biográfica del Center for Jewish History, Moritz (Mauricio) Hochschild nació en Biblis (Alemania), una pequeña localidad cerca de Frankfurt, el año 1881. Con varios parientes ya en el negocio de los metales, no sorprendió que, llegado el momento, se inscribiera en la carrera de Minería e Ingeniería de la Universidad de Freiberg.

Ya egresado, comenzó a trabajar, en 1905, para el Metallgesellschaft, una compañía alemana de intercambio de metales. Luego de residir temporalmente en España y Australia, decidió mudarse a Chile, para empezar su propia empresa.

Aunque regresó a Europa durante la Primera Guerra Mundial, en 1919 retornó a Sudamérica, acompañado por su flamante esposa Käthe Rosenbaum, con quien tuvo a su primer hijo, Gerardo, el año siguiente. Pero la dicha familiar no duró mucho, ya que cuatro años después, Käthe murió.

Mientras los negocios de Mauricio se expandían hacia Perú y Bolivia, el empresario notó que nuestro país cobraba cada vez más importancia para su compañía, que creció tanto que lo llevó a ser conocido como uno de los Barones del Estaño de Bolivia.

Con el éxito, su vida personal se complicó un tanto. Entre los familiares que mandó traer para trabajar con él estaba su primo Philipp Hochschild, cuya esposa Germaine, se convertiría en su amante. Tras el divorcio de esta, se casaron.

Influencia política

Tras la conclusión de la Guerra del Chaco (1935), el entonces presidente Germán Busch quería reavivar la economía; entre sus estrategias estaba la admisión de inmigrantes europeos.

Debido al crecimiento del Grupo Moritz Hochschild, la influencia política de su dueño creció, al punto de que logró convencer a Busch de que promulgara un decreto para permitir la inmigración judía hacia Bolivia.

Gracias a esta apertura comenzó el tráfico regular de inmigrantes alemanes y austriacos, quienes obtuvieron visas extendidas por cinco consulados bolivianos en Europa (Zurich, París, Londres, Berlín y Viena).

Los refugiados llegaron por mar a puertos de Arica (Chile), donde luego tomaron trenes hacia La Paz, en lo que llegó a conocerse como el “Express Judío”.

Con la ayuda del American Jewish Joint Distribution Committee (Comité Judío Americano para la Distribución Conjunta), con sede en Estados Unidos, Hochschild estableció instalaciones para los inmigrantes, muchos de los cuales, eventualmente, viajaron ilegalmente cruzando los “porosos bordes” de nuestro país, hacia vecinos como Argentina.

La siguiente acción del empresario fue la creación de la Sociedad de Protección de los Inmigrantes Israelitas (SOPRO), que llegó a tener oficinas en La Paz, Cochabamba, Potosí, Sucre, Oruro y Tarija.

Entre los propósitos de esta institución, sus estatutos indicaban el de “integrar a los inmigrantes judíos a la vida económica boliviana de manera productiva y, sobre todo, de orientarlos hacia la colonización agrícola».

Como bien explicó León Bieber a Página Siete, esta estipulación obedecía al deseo de Hochschild de potencial la capacidad productiva agrícola del país que se había convertido en su hogar. “Promovió y gestó el proyecto de la Sociedad Colonizadora de Bolivia, que si bien tuvo una fase ascendente los primeros años, al final fracasó”, complementó el investigador.

Los sinsabores continuaron en los años siguientes. En 1939 y 1944 Hochschild fue arrestado y sentenciado a muerte por el gobierno boliviano, debido a su rechazo a contribuir más en impuestos. Poco después de salir del último encierro, fue secuestrado.

Después de dos semanas, con su libertad recuperada, dejó Bolivia para siempre. Cuando murió, el año 1965 en París, Mauricio (Moritz) Hochschild era una figura internacionalmente conocida.

Solidaridad visionaria

“Los judíos no tienen lengua común alguna, y, sin embargo, forman una nación”, reflexionó el político austríaco Otto Bauer, varios años antes de la Segunda Guerra Mundial, cautivado por ese sentido de pertenencia que ese pueblo ya venía manteniendo tras siglos de odio y persecución.

¿Por qué –a pesar de estar diseminados por el mundo, sin territorio ni etnia en común– eran vistos como una “nación” por Bauer?

Porque desde su idealista punto de vista –más allá de la distancia y las diferencias culturales que sus países de residencia les imprimían– los judíos seguían compartiendo orígenes, trayectorias y destinos que los hacían sentir parte de un mismo pueblo.

¿Fue este sentimiento de pertenencia y solidaridad con los suyos lo que motivó a Mauricio Hochschild a aprovechar su cercanía al régimen del entonces presidente de Bolivia, Germán Busch, para posibilitar la apertura del país a inmigrantes perseguidos por las fuerzas alemanas?

Según León Bieber, su afán, además de ser humanitario, partía “de una concepción netamente empresarial: traer al país elemento humano capaz de elevar su productividad y de este modo modernizarlo”.

Haya sido con el fin de ayudar a sus compatriotas, o traer mano de obra calificada a sus empresas, o convertir a Bolivia en una potencia agrícola o todas las opciones, los hechos muestran que sin la intervención de Hochschild, al menos siete mil judíos habrían tenido menos posibilidades de hallar un nuevo hogar.

Fuente: Opinión. 

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