Es decir: la “pobreza franciscana” no es más que un mero eufemismo para lo que simple y llanamente es quitarle presupuesto a las prioridades de la gente (más y mejores servicios públicos, seguridad, educación, salud, infraestructura, etc.) con el fin de destinarlo a las ocurrencias ideológicas del presidente: el Tren Maya, la refinería de Dos Bocas, el “salvamento” de dos empresas quebradas (Pemex y CFE), la “ayuda humanitaria” a Cuba, etc.
Así, para poder derrochar en lo que a López Obrador le parece mejor, el gobierno ha reducido el gasto de Agricultura en 40 por ciento; de Comunicaciones y Transportes en 60 por ciento; de Economía en 80 por ciento; Justicia en 15 por ciento; en Seguridad Pública en 35 por ciento; Educación en 12 por ciento, mientras los presupuestos para Energía, Trabajo, Bienestar y sus proyectos “estrella” siguen creciendo.
En la opinión de Schettino, el gobierno tiene dos opciones para recuperar el gasto: eliminar las transferencias (regalos de dinero que hace) a Pemex o ser “transparente” con el déficit, que estaría rondando el 4 por ciento del PIB. Nada de eso sucederá.
Así las cosas el problema es muy grave porque en primer lugar AMLO jamás quitará presupuesto a Pemex y de hecho a ninguno de sus proyectos personales por más inviables e insostenibles que sean financieramente. Y en segundo lugar, reconocer el déficit haría que se perdiera el llamado “grado de inversión”.
Eso último de hecho ya es irrelevante.
Como hemos advertido en este espacio, las calificadoras suelen estar equivocadas por pecar de conservadoras a la hora de prevenir sobre los riesgos reales de los emisores a los inversionistas. México de hecho, ya debería estar por sus debilidades estructurales de finanzas públicas en “grado basura”, lo que indica alto riesgo para los inversionistas, a pesar de que las calificadoras le vean inexplicablemente una perspectiva “estable”.
Como concluye Macario: “Sin hacer nada, simplemente por las pensiones, las deficiencias de Pemex y CFE, el gasto estructural, la inercia y el impacto de tasas de interés crecientes, el déficit público sería de 5 por ciento para 2023 y de casi 6 por ciento para 2024, simplemente manteniendo un gasto programable equivalente al promedio de 2000 a 2018”.
Es en este contexto que quienes sigan confiando en el “buen rumbo” económico del país cometen un serio error.
Si bien quien esto escribe discrepa en que la crisis fiscal “ya está aquí”, sí debemos decir que es inevitable y como tal, la “bomba” no estallará a los ojos de todos cuando ya sea demasiado tarde.
Si tiene la edad suficiente para recordar lo que ocurrió en el triunfalista sexenio de Carlos Salinas de Gortari, piense en lo que sucedió después (la gran crisis económica que detonó el llamado “efecto Tequila”) y tendrá una idea de lo que nos espera.
Esto incluye a los inversionistas que sigan apostando su capital en activos nacionales denominados en pesos. No sea uno de ellos y busque refugio, o verá su patrimonio esfumarse entre las manos en los próximos años. El momento de prepararse es YA, no cuando el dólar esté en nuevos máximos históricos y ya sea tarde.
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